—Abres tu novela “La isla Ward: El lado oculto de Nueva York” con una frase de Le Corbusier, a quien debemos mucho. ¿Entre "catástrofe” y "hermosa catástrofe", ¿cuál es la diferencia?
—En el contexto de mi historia, la diferencia entre "catástrofe" y "hermosa catástrofe" se convierte en una exploración de los abismos y las maravillas que habitan en los rincones más oscuros de la narrativa. Inspirado por Le Corbusier, quien describió a Nueva York como una "catástrofe" que a su vez era "hermosa", busco reflejar esta dualidad. La "catástrofe" representa los desafíos y conflictos que enfrentan los personajes en un entorno urbano marcado por la decadencia y la desesperación. Sin embargo, la noción de "hermosa catástrofe" sugiere una belleza singular que emerge de las sombras, una estética cautivadora que se revela en medio del caos y la adversidad. Este contraste sirve como el telón de fondo para explorar un paisaje urbano donde la luz y la oscuridad se entrelazan.
La fascinación por el submundo en la novela surge de la intriga que tenemos como seres humanos por lo desconocido, lo misterioso y lo prohibido. Este interés me llevó a ser parte de los aspectos más sombríos de la psique humana y a adentrarme en territorios emocionales y morales complejos. En la literatura, el mundo oscuro se convierte en un escenario fértil para explorar temas como el mal, la salvación, el vicio, la corrupción, la lucha entre el bien y el mal. Nueva York ofrece un escenario perfecto.


—Ward's Island revela un poco el "Hidden side" de Nueva York. ¿Qué dices del "bright side"?
—En contraposición al lado oculto, el "bright side" o lado positivo estuvo representado en la multiculturalidad, por su ambivalencia y las millones de aseveraciones que chocan entre sí para originar nuevos conceptos. Nueva York tiene cosas indescriptibles. Su grandeza en todos los aspectos hace que sus polos sean más extremos, radicales y ensoñadores.
Las acciones más generosas fueron trasladarme en barco desde Manhattan hasta Staten Island, de Staten Island a Manhattan, esa perspectiva óptica es una maravilla...
El otoño y su colorido en degradación continua, tomar y recorrer todas las estaciones del metro sin tener un destino fijo y aparecer donde menos pensaba bajo la adrenalina del peligro.
La sensación de estar participando en un rodaje cinematográfico sin estar participando. Conocer a tantas personas y a tan pocas a la vez, con sus fragilidades y sus durezas. Las vistas desde el río Harlem y Hudson. Pasar días enteros en las bibliotecas, bibliotecas donde podías encontrar historias que parecen imposibles por sus trasfondos y orígenes. Los barrios de SoHo, Chelsea. Una extraña sensación de tener la capacidad de lograr todo lo que te propones si luchas contra tus propias negaciones y no contra la ciudad, como todos suponen.
Respecto a Ward's Island sucedía los fines de semana en verano. Conciertos, zonas de picnic, de tenis. Las vistas de la ciudad en las noches, donde se observan cientos de miles de luces que salían de las ventanas en los rascacielos, siempre te llevaban a preguntarte quiénes serían esas personas y por qué estaban ahí. Esas mismas luces se reflejaban en el río que nos separaba, mientras observabas el puente que cruzaba desde la 103 y juzgabas la desconexión con Manhattan a pesar de la pasarela. Al lado contrario: unos senderos para caminar y áreas para actividades al aire libre que rara vez eran seguras.
Nunca me cansé de explorar; la fascinación era tal que, después de irme, regresé cuatro años después. Para entonces, Ward's Island ya no era la misma.

—¿Te molesta que en España, donde vives, se hable constantemente de fútbol y guerras?
—Debo reconocer que cada país tiene sus propias peculiaridades culturales. En el caso de España, el fútbol es una pasión nacional, y aunque se hable de crisis o conflictos territoriales, más que de guerras, es importante entender que España es un país diverso, un crisol de culturas y lenguajes.
Desde una perspectiva histórica, esta diversidad y riqueza cultural son fascinantes, pero en la realidad del día a día, sé que hay muchos desafíos inconclusos y enfrentamientos constantes. Personalmente, trato de mantenerme al margen, adoptando una postura de observador. A veces prefiero apartarme y estar aislado de esas tensiones, pero en otros momentos me interesa comprender las particularidades de cada caso porque me hacen descifrar muchas incógnitas personales. Después de muchos años y experiencias vividas en algunas ciudades y expuesto a una variedad de pensamientos, he llegado a comprender que esto es una parte de la complejidad de un país, donde la historia se entrelaza en el día a día. Respecto a los políticos que intentan marcar o promover las pautas de algunas conciliaciones o acuerdos (al menos con los actuales), no tengo ningún tipo de empatía, ni con sus adversarios: la falsa disidencia. Siempre ha sido así, tal vez en menor o mayor medida, lo que sí está claro es que ahora se ha institucionalizado la farsa. Esto sí daría pie para llenar de maldiciones, reclamos y quejas esta respuesta.

—¿Cómo manejas hoy día el susto con el que naciste al verte asmático?
—Manejo el susto del asma en la infancia recordando cómo lo superé. Durante mi niñez, fue un desafío constante hasta los 11 o 12 años. Recuerdo el tratamiento que seguí con una doctora, quien eliminó varios alimentos de mi dieta, creyendo que podrían estar causando alergias relacionadas con mi enfermedad. Sin embargo, fue gracias a otro médico, que aplicaba un tratamiento basado en inyecciones traídas desde los Estados Unidos, que finalmente experimenté mejoría. Durante varios años, me sometí a esa atención con regularidad y, desde entonces, nunca más viví episodio alguno.

A pesar de que las crisis quedaron en el pasado, los recuerdos de aquellas asfixias (que eran realmente desesperantes) aún permanecen en mi memoria de manera inconsciente. “La experiencia de ser transportado en la ambulancia, rodeado por el sonido ensordecedor de las sirenas y luchando por cada bocanada de aire, quedó grabada en mi mente”. Fue un momento de terror y desesperación, pero también de una extraña calma, como si estuviera suspendido en un limbo entre la vida y la muerte.
Durante esas noches, cuando lograba dormir, mis sueños se llenaban de escenas donde las inundaciones y los naufragios eran recurrentes. El agua se convirtió en un elemento en mis pesadillas, ya que siempre caía dentro del mar y me hundía en el fondo, lo que podría explicar la relación entre la imposibilidad para respirar y el agua.

Reconozco que cuando tengo leves problemas respiratorios, esos recuerdos pueden volver. Sin embargo, he aprendido a enfrentar los temores y a transformar esos momentos en inspiración para mi escritura. De hecho, muchos de mis textos contienen referencias a aquellos instantes. Lo curioso es que la experiencia de enfrentar el asma me brindó la oportunidad de explorar Valencia todavía siendo un adolescente, así que al salir de la clínica siempre aprovechaba para escaparme a otros sitios y descubrir salas de cine… y unirme también a grupos de personas con intereses musicales y literarios realmente transgresores. Muchas de esas experiencias marcaron mis pasos en el futuro.

—¿Ontológicamente, dónde vives: en la poesía o en la narrativa?
—Desde una perspectiva ontológica, encuentro que vivo más en la poesía. Mis primeros pasos en la literatura los di a través de la poesía, encontrando en ella un medio para explorar y expresar emociones profundas (a veces extremas). Aunque es irónico decirlo, hace años que no la escribo, pues enfrentarme de nuevo a ese proceso me resulta perturbador. Sin embargo, vivir en la poesía va más allá de la escritura; es una forma de ver el mundo en mi día a día. Como observador constante, me sumerjo en la contemplación, la escucha atenta y el uso de todos los sentidos para capturar la esencia de cada momento.

Por otro lado, la narrativa se presenta como un medio para plasmar experiencias y viajes, así como para desafiar convenciones y límites. A través de ella, puedo recrear momentos personales o cercanos, transmitiéndolos con toda su crudeza. Disfruto rompiendo los juicios preestablecidos y la lógica de los entornos que, a menudo, carecen de coherencia. La narrativa se convierte así en un vínculo para compartir con otros el mundo exterior y sus particularidades. Sin embargo, incluso en esta forma de expresión, es posible hallar rastros de la influencia poética que tanto caracteriza mi enfoque literario.

—Por lo general, vivimos en el caos. ¿Cómo te organizas y manejas tu trabajo editorial en HDK?
—Organizarse en medio del caos es todo un desafío. En mi experiencia, he atravesado temporadas en las que resultaba casi imposible mantener el equilibrio. También he tenido momentos en los que disponía de más tiempo. Siempre existía esa alternancia. Por suerte, ahora realizo la mayoría de mis trabajos desde el lugar donde vivo, que es, en realidad, un lugar muy inspirador.
Con la experiencia, te vuelves más ágil en la edición, la selección y la búsqueda, todo fluye con mayor rapidez. Llevo casi veinte años trabajando con Hd. Kaos (archivo literario y artístico).
Cuando surgió la idea, vivía en San Francisco y era el año 2006. Inicialmente se publicaban autores hispanoamericanos residenciados en Estados Unidos, luego esta idea evolucionó y comenzaron a participar personas de todo el mundo. Se produjeron varios cierres, cambios de dominio. En 2013 retomé la idea con más fuerza, pero tuve que volcar todo el contenido (que era realmente extenso) en el nuevo portal, desde entonces el trabajo se hizo de forma continua. Al principio logré tener cinco colaboradores que trabajaban en varias secciones y otros cientos que comenzaron a enviarme sus obras. Luego por sus propias responsabilidades y circunstancias de la vida desaparecieron. En la actualidad, solo tengo el apoyo ocasional de tres personas.
En Hd. Kaos he descubierto a muchos autores que ahora dirigen grandes portales o han creado mancomunidades literarias y revistas. Otros ya han publicado obras importantes. Ellos me han sorprendido por su naturalidad y por su estilo. Valoro mucho a los jóvenes que se mantienen trabajando. Existen tantos libros novedosos que no llegan a ver la luz. La mejor literatura a menudo se encuentra en lugares ocultos. Tal vez es mejor así, ya que los autores no se contaminan por la presión de la exactitud y la tentación de escribir con fines comerciales.
Aún sigue siendo un desafío, ya que se trata de una apuesta personal, y a lo largo del camino he visto cómo muchas revistas y blogs que surgieron con grandes ilusiones terminaron cerrando. La falta de apoyos económicos y emocionales da lugar a la decepción. Se trata de un trabajo meramente altruista. En el mundo hispano, muchos no están acostumbrados a este tipo de esfuerzos por separarse de la corriente dominante. Si no captan la superficie de la apariencia y el nivel jerárquico, no son capaces de llegar al fondo.
En todo caso, creo que los años van marcando tu ánimo, agudizando la intuición. Hoy en día, todos estos episodios van alternándose por sí solos y se crea un ritmo que sigue evolucionando.


—Dinos algo sobre García Lorca y la revista The New Yorker.
—Al hablar de García Lorca, me es inevitable volver a la relación con la ciudad de los rascacielos, sobre todo ahora que acabo de terminar de escribir la segunda versión de “La isla de Ward”.
Recuerdo cuando leí “Poeta en Nueva York". De cómo esta experiencia fue transformadora, pues le permitió entrar en contacto con la modernidad, explorar nuevas formas artísticas como el teatro en inglés, y conocer de primera mano la diversidad racial y cultural de la ciudad. En mi opinión, marcó un punto de inflexión. García Lorca es una figura icónica en el mundo literario…
Del libro “Poeta en Nueva York”, el poema "Danza de la muerte" me persiguió por muchos años… Es una poderosa reflexión sobre la deshumanización en la gran ciudad. El mascarón, una figura que simboliza la muerte, se convierte en el protagonista que observa el mundo desde una perspectiva sombría y desolada. Lorca describe un paisaje urbano despojado de vida y dominado por la artificialidad y la decadencia, donde los elementos naturales son reemplazados por objetos y símbolos que evocan la muerte y la destrucción. El poema revela una atmósfera de desesperanza, donde incluso los momentos cotidianos se ven envueltos en un aura de tragedia. La inevitabilidad del fin en un mundo cada vez más desconectado de la naturaleza. Leer aquel poema era darme una respuesta que no tenía. Era un mundo paralelo del que andaba en búsqueda.

También viene a mi memoria, otro momento, cuando una amiga iba a representar "Bodas de Sangre" en un pequeño teatro cerca de mi casa y hablábamos mucho al respecto. Después de la actuación, me hizo el regalo del guion teatral. Nunca olvidé su gesto.
Aunque apenas recuerdo ese episodio de manera remota, al escuchar aquellas voces en mi inconsciente experimento la fortaleza de cada palabra, de cada frase. De cómo los deseos individuales y las restricciones impuestas siempre terminan de la peor manera. Pero no era el desenlace, era la forma en que utilizaba el conflicto interno de los personajes y las fuerzas sociales que los rodean para construir la tensión dramática. En aquel momento recibí un impacto que tal vez hoy no recibiría, pero fue un gran aprendizaje para seguir creciendo. 
Luego leí la mayoría de los libros de García Lorca y lo abandoné. 
Aunque busqué y me integré a otras corrientes, estos extraterrestres de la palabra siempre aparecen cuando menos te los esperas.
Con una obra tan vasta y siendo un autor tan grandioso cualquier consideración se queda corta e imprecisa.

Respecto a la revista The New Yorker ha sido testigo del paso de grandes autores a lo largo de los años, y su legado es innegable. Es un lugar donde las voces más destacadas del mundo de las letras han encontrado un hogar para compartir sus creaciones.
Sin embargo, como en cualquier otro ámbito, he notado que la línea editorial ha evolucionado con los años. Antes se centraba exclusivamente en la excelencia literaria, e historias exclusivas de Nueva York, ahora incluye otras dinámicas. A pesar de estos cambios, la esencia de la revista sigue siendo casi la misma.
Me sorprende, siempre tienen historias ocultas esperando ser descubiertas. Este es un enorme mérito de los editores que a lo largo de las décadas han pasado por la redacción. Cada rincón de la ciudad parece tener su propia narrativa, desde los bulliciosos cafés en Greenwich Village hasta los solitarios callejones en el Bronx. En 2002 empecé a coleccionarla, al igual que Art In América, pasados los años por culpa de los constantes cambios de lugar dejé de hacerlo. Todos los números de las revistas que conservaba quedaron apilados en una caja de cartón en un self-storage de un amigo de San Francisco que desapareció.
Esta combinación de la intensidad de la vida urbana y la complejidad de la psique humana es lo que me atrae tanto de la literatura que se gesta en las calles de Nueva York. Es como si cada historia fuera un espejo que refleja los aspectos más profundos, y en The New Yorker se encuentra todo eso.


—De tus recientes cuentos cortos, ¿cómo describirías para el público el que tiene lugar en Lituania?
—El cuento "En los bosques de Lituania" surge de una combinación de inquietudes y casualidades. La idea inicial fue concebida al reflexionar sobre cuál sería el paraíso para los tomadores, y es entonces cuando me entero por la prensa y por un amigo del “problema” que estaba experimentando la sociedad lituana, motivado por esta situación de la ingesta de alcohol, donde se habían implementado medidas para regular su venta y consumo, y debido a problemas sociales asociados; nace una destilación ilegal que se elabora en los bosques a donde acuden cientos de personas. Es cuando estructuro el relato en mi mente bajo la ficción de una alucinación autoinducida, concebida bajo la influencia del delirio (delirium tremens), la mitología lituana y el misterio del bosque… Un viajero prácticamente tentado a la muerte plácida y desesperante por el llamado de su propio vicio.
A su vez, influye la experiencia de mi amigo, que había visitado los bosques. La convergencia de estos elementos dio forma a la historia, que explora temas como la búsqueda de escapismo, la confrontación con la realidad de un alcohólico y la atracción hacia lo prohibido. Me costó mucho publicar este relato, por los prejuicios y contraindicaciones de este exceso… fue en la revista “Extrañas Noches” que le dieron una oportunidad… y más recientemente en la revista FREIBRÚJULA en Friburgo, Alemania.

—¿Salvará la IA al mundo o a sus ideólogos y benefactores?
—La inteligencia artificial (IA) podría beneficiar tanto a la humanidad en su conjunto como a sus ideólogos y benefactores. A la humanidad en su forma de vida, no en el enfoque analítico que tengan de esta, pero la realidad es que el impacto depende en gran medida de cómo se implemente y quiénes tengan el control sobre ella (y ya sabemos quién lo tiene). Mientras que algunos pueden obtener ventajas económicas y de poder, la mayoría de la población seguirá atrapada en distracciones superficiales.
La manipulación de la opinión pública a través de matrices de opinión también ha tomado nuevas formas, ha evolucionado. No creo que nos den una herramienta tan fuerte sin que los sectores de poder tengan un arma más desarrollada para seguir controlándonos. “Todo va a depender de la habilidad individual para sacar provecho…”. Sin embargo, la sectorización y fragmentación de las sociedades seguirán persistiendo y se acentuarán. Somos demasiado dóciles y conformistas. Mientras la estupidez siga dominando el marketing principal, continuaremos balbuceando consignas en la nada. Sin duda, beneficiará a ideólogos y benefactores, y modernizará los procesos de desarrollo de los que ellos forman parte, menos trabajadores y más beneficios. Esta vez, el resto, como es usual, deberá continuar dependiendo de ayudas estatales (a cambio de silencio) o seguir rumiando (no en la basura)..., ahora, entre los algoritmos y modelos de aprendizaje que caigan en desuso.


—Háblanos del destino... Por ejemplo, nos conocimos en Nueva York, siendo que ambos nacimos y llegamos a vivir cerca: Maracay y Valencia, Venezuela. ¿Podría no haber sido así?”
—El destino, ¿verdad? Siempre jugando sus cartas en la vida. Nosotros, dos personas inquietas, buscadoras de experiencias más allá de las fronteras de lo conocido. 
Fíjate en algo, cuando me fui a Estados Unidos llegué a la Florida, para ser exacto a Tampa, pero yo sabía que mi destino por más que se desviara tenía que ser Nueva York… Imagino, no lo sé, por lo menos en tu caso, que pensabas lo mismo antes de llegar. El mundo no es tan grande como piensan, siempre hay un bar, un rincón, una plaza, en cualquier ciudad, donde se encontrarán o pasarán muy cerca las personas de cualquier parte del planeta que toman riesgos, luego vienen esos episodios que dan las circunstancias, las casualidades, la afinidad, lo que hace que ese grupo, o personas, se encuentre, o no. Que tengan cosas en común para hacer realidad, juntos o por separado, una idea, un trabajo, una obra.

Yo creo en los arquetipos. Están arraigados en la psique humana de una manera profunda y fundamental. Son heredados y compartidos por toda la humanidad a través del inconsciente colectivo, una especie de depósito de experiencias y conocimientos compartidos que influyen en nuestra forma de percibir.
Es sorprendente cómo los arquetipos pueden jugar un papel en las coincidencias que experimentamos. 

Por ejemplo, una vez nos encontramos en Central Park. Yo tenía un relato escrito en unos folios con unas letras diminutas, todo estaba lleno de líneas y tachones, y de tinta humedecida que hacía casi ilegible mis intentos de ideas. Recuerdo que tú me habías mostrado un ejemplar de un libro con el que ganaste el premio Fundarte. Imaginé que lo que te mostraría no te interesaría en lo absoluto, y así fue. Pero noté que tu mirada se centró en un par de líneas a las que hiciste mención varias veces. Esas líneas luego fueron la semilla de otra idea que hoy forma parte del libro.

Cuando nos encontramos con situaciones o personas que parecen reflejar patrones familiares o temas recurrentes en nuestras vidas, podríamos estar viendo la influencia de estos en acción. Es como si el universo nos estuviera enviando mensajes a través de estas conexiones, recordándonos que estamos todos interconectados en un nivel más profundo.
Por ejemplo, puede que conozcas a alguien nuevo que te recuerde a un amigo cercano o a un personaje de una historia que has leído, y de repente te das cuenta de que están compartiendo características similares o enfrentando desafíos parecidos. Esto podría ser una señal en ese momento, el universo está tratando de decirte algo a través de un instante.
Las coincidencias pueden ser vistas como mensajes o señales que nos guían, recordándonos que no estamos solos y que nuestras experiencias están conectadas de formas que a menudo no podemos comprender en su totalidad. 

¿Podría haber sido diferente? Tal vez en otra línea temporal, en algún rincón distinto del multiverso. Pero sucedió ahí, en el epicentro del caos cosmopolita. Quién sabe qué nos depara el destino, pero ahora, en la hora de la nueva circunstancia: esperando para volver a crear realidades que son sueños y coincidencias que aún desconocemos.

—¿Por qué a la gente le da por escribir? O mejor dicho: ¿por qué hay gente que aunque quisiera, no escribe?
—La gente que escribe lo hace por una necesidad vital, y aquellos que continúan toda la vida haciéndolo lo hacen porque tienen el coraje, aunque pasen los años, aunque tengan que buscar experiencias, investigar, nutrirse de todo lo que se encuentran en el camino, sin importar lo que sea, dejándose seducir por cuanto placer o riesgo les invite. Escribir es un acto de valentía.
Los que abandonan están demasiado atrapados en sus propias cabezas, atormentados por dudas y miedos, incapaces de liberar las palabras o de continuar con esta práctica que no es nada sencilla. Si tuviésemos que hablar de convicción, uno de los mejores ejemplos de fortaleza es el de Franz Kafka.
Escribir es una forma de resistencia contra la monotonía y la banalidad de la vida cotidiana. Es nuestra manera de trascender la insignificancia de nuestra existencia.
Así que, ¿por qué hay gente que no escribe? La razón por la que algunos no escriben puede ser tan simple como el temor a enfrentarse a la sensación de no tener nada importante que decir. Otros pueden estar demasiado ocupados con las exigencias de la vida diaria o simplemente no haber descubierto aún el placer y la liberación que puede brindar la escritura. La gente tiene sus propias razones, pero quizás, para muchos, simplemente no han encontrado la chispa que los impulse a empezar.

El camino hacia la escritura puede parecer lleno de obstáculos imposibles. La autocrítica despiadada y el miedo al fracaso pueden convertirse en trabas que impiden dar el paso. El temor a ser juzgados o incomprendidos puede paralizar incluso a los más talentosos y apasionados escritores en potencia.
Para mí, es una necesidad imperiosa. Este mundo resulta monótono y desagradable; tener la capacidad de moldearlo, manipularlo en beneficio propio o en detrimento de otros, es una forma de poder, una liberación esencial. Es amor, es venganza... y se desata la creatividad, la liberación de dopamina que representa el pináculo de placer más elevado para un escritor.

—Sócrates.

—Hubo una época en la que devoraba libros de todos los géneros y me obsesionaba con cada uno de ellos, sumergiéndome durante semanas, meses e incluso años en un tema en particular.

Siempre buscaba ir más allá del autor, indagando en sus motivaciones, influencias, e incluso detalles íntimos como sus relaciones familiares y amistades. En algún momento, esa obsesión me llevó hacia la filosofía. No voy a presumir de tener un conocimiento superior en este género, porque no es el caso, pero puedo compartir mi experiencia al respecto.

Todo sucedió cuando empecé a cuestionarme el significado de mi entorno y sobre la naturaleza de su existencia y del mundo en general.

Sócrates, con su enigmática figura y su método de diálogo, me atrajo alguna vez. Sus preguntas penetrantes y su valentía para desafiar las convenciones sociales daban valor a mis ideas de explorar las profundidades del alma humana en mis escritos urbanos. Sobre todo cuestionar las normas establecidas y buscar la autenticidad en un mundo lleno de apariencias.

Es muy llamativo la forma de utilizar sus diálogos para hacer que su interlocutor reflexionara sobre sus propias creencias y conocimientos… aparentar ignorancia o confusión respecto a un tema, mientras en realidad poseía un profundo entendimiento del mismo. 

Sócrates está íntimamente relacionado con la decadencia y su propia muerte lo comprueba: Fue acusado de corromper a la juventud y de impiedad hacia los dioses. Así que optó por beber una copa de veneno, la cicuta, como su método de ejecución, en lugar de buscar escapatoria o renunciar a sus principios. Esta situación refleja la conexión entre Sócrates, la decadencia de la sociedad ateniense (y no solo ateniense) y su propia muerte como un mártir.

Hace décadas me acerqué al existencialismo, y Sócrates comparte algunas similitudes, especialmente en lo que respecta a la importancia de la auto-reflexión, el cuestionamiento de las creencias establecidas y la búsqueda de significado en la vida. Tanto Sócrates como los existencialistas enfatizan la responsabilidad individual y la libertad para tomar decisiones auténticas, algo que valoro. Aunque Sócrates y el existencialismo pertenecen a diferentes épocas y contextos filosóficos, comparten ciertos puntos de vista (o así los relaciono por mera conveniencia).

En particular, Sócrates promovía el autoexamen constante y la búsqueda de la verdad a través del diálogo y la reflexión personal, mientras que los existencialistas como Jean-Paul Sartre y Friedrich Nietzsche destacan la importancia de crear significado en un mundo aparentemente absurdo o carente de sentido, es cuando me centro en Nietzsche y posteriormente en Emil Cioran, sobre todo en Cioran.

Conforme mi viaje progresaba, me encontré cada vez más atraído por la oscuridad y la ambigüedad del mundo. Emil Cioran, cuyas reflexiones nihilistas y existencialistas resonaron profundamente en mí. Sus palabras, cargadas de pesimismo y desesperación, me llevaron a cuestionar “no solo las estructuras sociales esta vez, sino también la propia existencia y el sentido de la vida”. 

En ese punto de inflexión, mientras exploraba las intersecciones entre la luz y la oscuridad, encontré mi voz. 

Otros pensadores que me impactaron fue Séneca y sus tragedias estoicas, Walter Benjamin: Con su concepto de la flânerie (el arte de pasear sin rumbo fijo por la ciudad), Benjamin exploró la experiencia urbana, la alienación y la percepción del espacio en la sociedad moderna. El libro "Caminar", un ensayo escrito por Henry David Thoreau. Más recientes, Alain de Botón con “El arte de viajar” y Michael Onfray con “La teoría de viaje, poética de la geografía”.

Hay muchos otros autores que no menciono en este viaje, pero que también dejaron su huella.

Sin embargo, siento que con “La isla de Ward: El lado oculto de Nueva York” y “Vulnerables” se cierra un ciclo por completo, y comienza otro.

En todo caso, siempre nos quedará Sócrates y sus ideas sobre la justicia, la democracia y la técnica de la ironía, sin la estimulación del pensamiento crítico no fuéramos nada. 

Gracias, Milton, por darme la oportunidad de compartir mis pensamientos. Que las sombras de nuestras palabras perduren… Ha llegado la hora de cerrar.

Benidorm, febrero 2024.



Milton Ordoñez, músico, compositor, director coral y escritor galardonado con el Premio Fundarte en 1991, es autor de una serie de obras literarias, incluyendo En todo lugar y Absoluto, ambas publicadas por Editorial Memorias de Altagracia. Alguno de sus artículos referentes a la obra del gran poeta y narrador Raymond Carver han aparecido en el Diario El Nacional.

Ha realizado la traducción al español de Donde empieza el camino y otros textos de Jack Kerouac, Schwob Ediciones de Valparaíso. Textos que permanecían inéditos en nuestro idioma. En la actualidad, trabaja en la novela Los estudiantes de El Pacífico/Bar y Restaurante (cómo robarse el sombrero de Armando Reverón), desde Salem, Massachusetts, lugar donde reside.

Fotografías por Juan Carlos Vásquez 


1. Entre el caos y la reflexión: Entrevista a Juan Carlos Vásquez, por Wafi Salih: Cuando te internas en algunas ciudades, el movimiento es incesante y la reflexión surge. Hay relaciones que, a conciencia, te hunden y por alguna extraña razón eso se celebra.